Más allá de su disposición alfabética o temática, cronológica o cromática, una biblioteca es el registro de una historia personal, un museo de uno mismo
Roberto Calasso (Florencia, 1941 – Milán, 2021) fue de esos que tiempo atrás llamaban “un hombre del Renacimiento”. Legendario editor en Adelphi Edizioni, erudito autor de obras deslumbrantes e inclasificables como La Ruina de Kasch (Anagrama, 1989), Las bodas de Cadmo y Armonía (Anagrama, 1990) o K. (Anagrama, 2005), la suya fue una vida dedicada a los libros en el sentido más riguroso y expansivo de la expresión. Fueron su trabajo, su pasión, su pulcritud, su desvelo y su gloria.
En 2018 publicó una edición no venal de “Cómo ordenar una biblioteca”, misma que Anagrama tradujo al español y publicó en 2021, junto con otros tres escritos suyos sobre revistas, reseñas y bibliotecas, bajo el mismo título. Se trata de un ensayo que responde su pregunta no con la lista de reglas prácticas de un bibliotecario, tampoco con el razonamiento abstracto de un filósofo sino, más bien, desdoblándose a través de la propia forma que va cobrando el texto: una vagabundeo entre autores y títulos; un deambular que a veces no encuentra lo que busca salvo perdiéndose; un curiosear de lector impenitente con cierto rumbo pero sin dirección.
Lo advierte desde el primer párrafo, “el orden perfecto es imposible, sencillamente porque existe la entropía. Pero sin orden no se puede vivir. Con los libros, como con todo lo demás, es necesario encontrar un término medio entre esas dos afirmaciones”.
Calasso sostiene que una biblioteca no es solo un lugar físico sino, sobre todo, un “paisaje mental”, una intimidad susceptible de revelársele a quien sabe reconocerla. Dime qué lees y te diré quién eres. Aunque también es (no recuerdo si fue Borges, Benjamin o Zaid quien la definió así) “un proyecto de lectura”. Uno adquiere muchos libros no para leerlos de inmediato, sino para tenerlos a la mano cuando llegue su momento y entonces leerlos –ahí sí– enseguida: uno, diez o veinte años después.
Más allá de su disposición alfabética, temática o cronológica, una biblioteca es el registro de una historia personal, un museo de uno mismo. Recorrerla incluso superficialmente, pasando la vista por encima de los lomos que se acumulan entre sus estantes, es recordar multitud de inquietudes y conversaciones, de lugares, personas, momentos, en fin, es evocar el repertorio de instantes e ideas al que remiten esos libros. Una biblioteca es la vida, acompañándonos en silencio, de la que rinde testimonio cada uno de sus volúmenes. Es nuestra, pero también nosotros somos suyos.
Por eso, concluye Calasso, hay que “resignarse de una vez y para siempre: el orden de una biblioteca no encontrará nunca –no debería encontrar nunca– una solución. Simplemente porque una biblioteca es un organismo en permanente movimiento. Es terreno volcánico, en el que siempre está pasando algo, aunque no sea perceptible desde el exterior”.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR