Miércoles, 18 Diciembre, 2024

En la cárcel se recibió de sociólogo, cuando salió fundó una biblioteca y lo nominaron a un premio internacional

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Waldemar se convirtió en un referente y es portavoz de debates sobre la educación universitaria en el sistema penitenciario (Fotos: Instagram @bibliotecapopularlacarcova)
Waldemar Cubilla tiene 42 años, lleva 13 en libertad, y es el único universitario de su familia. Como padre de dos hijos, tiene fe de que no será el último, y que ellos también tendrán la oportunidad de ser profesionales. Cuando era adolescente empezó a delinquir en robos, y eso le valió una década tras las rejas. Aunque había sido buen alumno en la secundaria, y estaba a punto de terminarla cuando fue preso por primera vez, tuvo que rehacerla en la cárcel. Al graduarse quiso estudiar una carrera universitaria, pero no había programas de formación académica en la universidad penitenciaria donde estaba. Junto a algunos compañeros, hicieron una petición a la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), y así surgió el Centro Universitario de la Unidad 48. Hoy es sociólogo, investigador, docente, y director de la Biblioteca Popular “La Cárcova” en José León Suárez, que fue construida sobre basura apilada, y funciona como un espacio de inclusión, contención, y promoción cultural, al que asisten más de 200 personas por día. Su compromiso con la prevención de la delincuencia y la reincidencia, bajo el lema “lectura, educación y trabajo”, fue reconocido en 2023, cuando recibió la nominación al premio que entrega la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil (IBBY).

La charla con Infobae se da en un tono reflexivo, como una oportunidad de hacerse algunas preguntas sobre la libertad en un sentido amplio y transversal a toda la sociedad. Waldemar habla en primera persona, desde su propia experiencia, pero también como puente de otras vivencias similares, y sobre todo, se basa en los resultados de los relevamientos que hizo como profesional en varias cárceles. Lejos de negar su pasado, lo tiene muy presente, y por primera vez, son más los años que lleva como docente, que los que estuvo en prisión. Ese balance es un dato en sí mismo, y se propone continuar con la construcción de proyectos comunitarios, cooperativos y de valor social.

“Me crié en parte con mi papá, que hoy ya no está, y con mi mamá. Soy el mayor de cuatro hermanas, y mi detención se llevó puesta gran parte de la crianza de mis hermanas, porque mi madre estuvo muy ocupada en acompañarme, y es una deuda que ya no se podrá saldar, pero siempre la tengo en cuenta, y trabajo no solamente para mi, sino para mi familia y la comunidad”, relata en diálogo con este medio. Nació en la Villa “La Cárcova” de José León Suárez, el mismo lugar donde actualmente funciona la biblioteca popular que fundó después de cumplir su condena, y donde muchas de las escenas que vivía de chico, en las cercanías al predio del CEAMSE, se repiten en la actualidad. “Todos en algún momento fuimos a revolver la basura, porque conocemos el cirujeo desde que nacemos prácticamente”, expresa.

“Siempre apertura, nunca cerradura”, expresó en Sudáfrica cuando fue a representar a la Argentina en el marco del Global Freedom Fellowship junto a 16 líderes de diferentes naciones
Preso a los 18

Útiles, libros y un arma. Eso tenía la mochila de Waldemar a sus 15 años. Llegó a robar hasta tres autos por día. Con la mayoría de edad ya estrenada, entró a una cárcel de máxima seguridad, y a pesar de la delincuencia, nunca abandonó los estudios. Por algunos trámites infructuosos no consiguió el certificado que comprobara que sólo le faltaba un año para terminar la secundaria, y tuvo que rehacerla. “Fue muy importante tener un horizonte en medio del encierro, pese al encarcelamiento nunca me sentí solo, y fue valioso saber que afuera había una vida por delante, tener pensamientos del otro lado del muro”, indica. “El sistema penitenciario tiende al aislamiento, la desvinculación de lo comunitario, y la rutina en cuatro paredes, que se vuelve una expresión en el cuerpo, literalmente uno se vuelve cárcel si no tiene la posibilidad de estar vinculado con el afuera, y ahí la familia es fundamental”, asegura.

Su mecanismo para sobrevivir fue proyectar un futuro, acompañado y motivado por sus seres queridos. “Nunca me imaginé morirme en la cárcel, aunque estuve mucho tiempo adentro, siempre me imaginé en libertad”, revela. Cuando salió a los 23, se anotó en la carrera de abogacía en una universidad privada, pero solo pudo cursar dos años, y después ya no pudo sostener la cuota. Con un promedio general de 8 en su libreta universitaria, volvió a delinquir. “De repente, era universitario y chorro”, se lamenta. Así llegó a la Unidad Penitenciaria 48, que era nueva, y una de las primeras preguntas que hizo fue cuántos presos habían terminado el secundario. Eran pocos, unos cinco, pero todos querían acceder a estudios de grado, y muchos guardiacárceles también estaban interesados. En total había 33 potenciales alumnos universitarios.

Durante una de las muchas actividades que se realizan en “La Cárcova”, la biblioteca popular que fundó ni bien salió en libertad
La UNSAM respondió a la carta que enviaron, primero con una política de extensión universitaria, y después con un convenio que se transformó en CUSAM, el Centro Universitario de la Unidad 48, que funciona como una universidad dentro del penal. Waldemar rindió 26 materias mientras estuvo tras las rejas, y en tercer año obtuvo el mejor promedio de todos los estudiantes de la carrera de Sociología: 9.25. En paralelo se ofreció como bibliotecario y armó una biblioteca en la cárcel. “La formación sociológica tiene mucha práctica profesional de territorio, y como estaba estudiando dentro de la cárcel, no tenía otro campo ni otro ámbito de indagación que no sea la cárcel; entonces cuando tuve que distinguir estratificación de una comunidad hice un censo sobre el perfil educativo de la población de la unidad penal, y arrojó que el 15% era analfabeta o analfabeta funcional”, señala.

Esos resultados justificaron un proyecto de alfabetización y el relevamiento de las trayectorias educativas de las personas que se encuentran privadas de su libertad. “Ahí me vi por primera vez docente, me imaginé dando clases en la cárcel, y desde ahí no paré, primero como ayudante de cátedra y después como docente de la Universidad Nacional de San Martín: hoy llevo adelante un programa de estudios y dirijo el Programa Exterior de Justicia y Derechos Humanos en la Escuela IDAES, con distintas tareas académicas de investigación, dirección de tesis, y un taller de formación que articulamos desde la universidad con una cooperativa de reciclado de José León Suárez, que se llama ‘Toco Madera’, que además de ser una fuente de trabajo, se otorga una diplomatura en reciclado y producción de madera plástica”, enumera.

Waldemar salió en libertad en noviembre de 2011, y menos de dos meses más tarde, el 22 de enero del 2012, inauguró la Biblioteca Popular “La Cárcova”, en la misma villa donde nació, construida sobre basura apilada. “Ya pasaron 12 años, y se convirtió en un proyecto educativo más amplio, un parque educativo con distintas líneas de trabajo. No solamente es una biblioteca popular, es un lugar de formación profesional artística y educativa, porque somos sede del Programa Fines, que le permite a la comunidad culminar sus estudios, ya sea primario o secundario, y tenemos anexado un espacio para la primera infancia, al que llamamos ‘Todo a su tiempo’”, indica. Cree que una de las claves es prevenir infancias violentas, y esa premisa lo remite directamente a sus vivencias personales.

“Frente a situaciones terribles e injusticias, muchos jóvenes viven una vida clandestina apoyados en el rencor, en búsqueda de una especie de revancha. Sé lo que es estar negado a la vida que te tocó, y una de las necesidades primordiales es ocuparnos de generar infancias dignas, con espacios adecuados para que crezcan divirtiéndose y no trabajando, porque eso también es una política de prevención del delito”, argumenta. Considera que la educación es una herramienta que aporta a la seguridad sociocomunitaria, y en su día a día en la biblioteca acompaña todo tipo de situaciones, a veces desde lo institucional, otras desde lo educativo, lo jurídico, y otras desde la vinculación familiar. “Es compartir el tiempo y hacer saber que uno está a disposición, desde el afecto y desde de la palabra, más en estos tiempos donde mucha gente necesita ser escuchada, y algo tan simple como un abrazo puede tener repercusiones muy importantes”, remarca.

“Lectura, educación y trabajo” , es uno de los lemas que sostiene el proyecto (Crédito: Diego Barbatto)
Pertenencia, solidaridad, identidad, y empatía. Esos son los valores que promueve el proyecto. “Me doy cuenta que empezó como un reflejo de supervivencia para evitar la cárcel, pero que traccionar hacia adelante es una estrategia para preservar la libertad, que se va transformando en un método que representa la posibilidad de una salida para la comunidad, de una forma de vivir que no solo le escapa a los clandestino y al delito, sino que pone sobre la mesa varias discusiones sobre política penitenciaria, tratamiento de la población en la cárcel, los efectos de la pena en la familia, el trabajo y la educación en la cárcel”, dice con convicción. Para él, la posibilidad de estudiar una carrera de grado dentro de la prisión fue la experiencia que luego se reflejó en fundar la biblioteca, y considera que el mayor aporte es el tejido comunitario, los vínculos que se generan, el sostén que se brindan unos a otros, y nada de eso hubiese sido posible sin las herramientas que adquirió en su paso por la universidad.

“Nosotros les damos la bienvenida, y después de preguntarles cómo se llaman les preguntamos: ‘¿Terminaste la secundaria?’, si la respuesta es no, les decimos: ‘¿Sabías que acá la podés terminar?’, y si ya la tienen terminada, les decimos: ‘¿Fuiste a la universidad alguna vez?’, y muchos nos dicen que nunca si quiera se lo imaginaron, entonces les explicamos las opciones que tienen de formación profesional, y esa referencia ya está instalada en la comunidad, que no vienen a la biblioteca solamente a pasar el rato, acceder a algún taller, o terminar la escuela, sino también para llegar a la universidad”, detalla. Tal como dice el cartel de la entrada que pintaron con sus propias manos, están convencidos de que “un libro es libertad”, y no solo se refieren a la libertad civil, sino a la libertad intelectual.

La entrada a la biblioteca, construida sobre un basural (Crédito: Diego Barbatto)
“Tiene que ver con una estrategia igualitaria, el ser libre para aportar a la comunidad, y en vez de cerrarnos, abrirnos a pensamientos y posibilidades”, indica. Aunque sean temas que más de una vez dividan aguas y generen posturas encontradas, para Waldemar todo intercambio de opiniones es positivo, y siempre trata de entender los diferentes discursos. “Me parece que cuanta más gente se anime a hablar de reinserción social, se interese en lo que pasa adentro de las cárceles, más puentes hacia afuera se van a construir; creo que todos tenemos que saber qué está pasando adentro, sin olvidar el delito y las penas que estén cumpliendo las personas que están detenidas”, manifiesta. Y agrega: “Sé que hay quienes cuestionan por qué hay que hacer algo por personas que hicieron algo mal, tanto a nivel presupuesto como en materia educativa, pero ahí es donde les digo: ¿Y entonces qué proponen? ¿No hacer nada? ¿Patear el problema para más adelante?’; porque la mayoría recupera la libertad en algún momento, sea en cinco, ocho o diez años, y el tema cuando sale es cómo prevenir que reincida en el delito”.

“Como padre de dos hijos, uno de 15 años y otro de 10, a veces hablamos sobre la baja de la inimputabilidad, algo que se ha discutido varias veces, y creo que son discusiones que van en paralelo y que no hay que renunciar a ninguna porque son importantes”, reflexiona. Waldemar se pregunta cuál es el aporte que hace la comunidad para vivir más segura. Siente que la indiferencia, la ignorancia, y el creer que la problemática penitenciaria es completamente ajena, son el combo enemigo. “Se siguen construyendo cárceles, ese es un dato real, y hay que considerarlo y mirarlo a la cara, como parte de la sociedad, porque es transversal a todos, libres y presos”, comenta. En su experiencia, la formación en oficios y proyectos productivos dentro de la cárcel, son herramientas determinantes para que quien recupere la libertad no vuelva a cometer delitos. “No hay posibilidad de pensar en la baja de la reincidencia sin lectura, sin educación, y sin trabajo”, sentencia.

En marzo último viajó a Ciudad del Cabo, Sudáfrica para representar a la Argentina en el Encuentro Internacional Global Freedom Fellowship. Fue convocado por la red global Incarceration Nations Network, que reunió 16 experiencias de educación en cárceles de 13 países distintos. “Somos considerados referencia mundial en materia de educación en cárceles, a comparación de otros otros lugares del mundo, somos vanguardia en políticas educativas y cuestiones de derechos dentro de la cárcel, pero eso no significa que no nos quede mucho por trabajar”, proyecta. Si bien hubo un crecimiento de la matrícula del centro universitario del penal donde él estudió, y han aumentado también la oferta de talleres de oficios y la creación de cooperativas, considera que hay que abordarlo desde una perspectiva más integral.

“Nuestra pelea por la educación en las cárceles no solo alcanza a quienes están detenidos, sino también a los trabajadores del servicio penitenciario, que son empleados que muchas veces tienen solamente el secundario completo y encontraron la posibilidad de un salario adentro de una cárcel”, enfatiza. Propone un concepto mucho más amplio de “población penitenciaria”, e incluye en ese universo social al sector laborista, a la familia de los detenidos, y también a la comunidad donde se ubica cada penal. “El barrio donde se decide construir una cárcel también experimenta cambios: empieza a haber negocios por la circulación de gente, el colectivo que antes no llegaba hasta ahí extiende su recorrido, e indirectamente se genera toda una economía alrededor”, indica, y deja entrever que hay muchos abordajes dentro de una misma problemática, y todos están conectados entre sí.

En julio de 2023 fue nominado a la distinción anual del Premio a la Promoción de la Lectura que otorga la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil (IBBY), considerada como un “pequeño premio nobel” en el mundo de las letras. Se otorga a grupos o instituciones que realicen contribuciones relevantes en cualquier parte del mundo. “Esta vez lo ganó Colombia, pero haber sido la representación nacional y participar de un concurso internacional es una de las cosas más significativas que me han sucedido, porque es un reconocimiento de la tarea que llevamos a cabo en la biblioteca y en la docencia, como una motivación para seguir trabajando”, expresa.

Desde que recuperó la libertad Waldemar se mantuvo en constante movimiento, y cada idea la sustentó desde la acción personal, decidido a que la única manera de volver a la cárcel fuese como docente. Hoy concentra sus energías en esa tarea, y se esfuerza para que la biblioteca popular mantenga toda la oferta educativa que brinda actualmente. “Hoy se necesita todo, no solamente libros, sino alimentos, ropa, mobiliario, e incluso basura, porque en la cooperativa de madera plástica es clave conseguir la materia prima, y cualquier fábrica o empresa que tenga desechos plásticos para donar, les vendría más que bien”, confiesa. Todo aquel que quiera realizar alguna donación para cualquiera de los proyectos que llevan adelante se puede comunicar al Instagram @bibliotecapopularlacarcova. “Pese a la lucha actual de las bibliotecas populares, estamos convencidos de que hay que resistir a las coyunturas, y seguir siendo un puente educativo hacia herramientas concretas”, concluye.

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